Almela i Vives, Francesc

Almela_2(Vinaròs 9-XI-1901- València, 24-IX-1967). Després de passar la seua infància al nostre poble, els seus pares es van traslladar a València on destacaria com a gran estudiòs i investigador. Cronista Oficial (1963) i Fill Adoptiu (1966) d’aquella capital, va escriure uns cent cinquanta llibres i moltíssims articles d’investigació històrica, no oblidant mai la seua ciutat nadiua i colaborant en diverses ocasions en el nostre setmanari local en treballs molt acertats. Almela fou l’autor de la preciosa poesia «Vinaroz», sobre la nostra plaça de bous. Almela confeccionà sobre el seu poble nadiu el següent article que per la categoria de l’autor, l’altura de l’escrit i l’interés històric no mereix desperdici. L’Ajuntament de Vinaròs li havia premiat eixe article en 1965 amb 10.000 pessetes per eixe treball que porta el títol de «Vinaroz, clarísima ciudad» i que reproduïm sencer pel seu gran interés. Molt possiblement aquest treball sigués el pregó de festes que havia fet feia poc a Vinaròs i que ell que tenia molta mà va publicar pel seu compte en un diari de València. D’ell cal destacar la seua opinió sobre el tema de l’escut de Vinaròs que compartim totalment i que res té a vore amb el tema de la Vinya d’Alòs, refutant-lo definitivament: «VINAROZ, CLARISIMA CIUDAD» per Francesc ALMELA I VIVES (Levante, Feste de 1965. Suplement Gràfic). «Mucho y bueno cabe decir de una ciudad como Vinaroz, que tiene no solamente una historia dilatada, sino una vida intensa dentro de su ciclo histórico. Mucho y bueno habrá que resumir, por lo tanto, para dar una idea en los límites de un artículo más o menos corto (o sea más o menos largo…) Pero hay que intentarlo no sin recordar, a guisa de ejemplo, cierta ceremonia Almela_2.JPGpracticada en las reuniones que, en pasados siglos, se llevaban a cabo en la casa social de la Cofradía del Santísimo Salvador, integrada por los labradores de Vinaroz. La maestra de la escuela de niñas sufragada por la entidad asistía, pues a tales reuniones y, antes de comenzar cada sesión, colocaba un vaso de agua clara sobre la mesa al propio tiempo que exclamaba: «Parlen vostés tan clar com eixa aigua aquí posada.» Y si siempre constituiría un comportamiento ético seguir semejante consejo, hablar en tal forma de Vinaroz sería además, un comportamiento adecuadamente estético, porque Vinaroz es, entre otras cosas claridad». / EL NOMBRE Y EL BLASON. Mosen Jaume Febrer o quien escribiera las «Trobes», amparadas bajo nombre dice en verso que Don Jaime I de Aragón al comenzar en el siglo XIII la conquista del reino de Valencia, dejó a su servicio en Vinaroz a un capitán llamado Raimundo Alòs, el cual tenía en su escudo una cepa y un ala, que perduran, por cierto, en el escudo de la ciudad. Y como el ala, por las dos letras iniciales aludía heráldicamente al apellido Alós, el conjunto del blasón fue interpretado en el sentido de que el nombre de Vinaroz implica la existencia de una viña perteneciente a persona del susodicho linaje. Pura leyenda. O -mejor dicho- puro juego de palabras favorecido ciertamente por el hecho de que, aparte de todo ello, Vinaroz fue, por espacio de siglos, un emporio del vino. Los documentos cristianos del mencionado siglo XIII designan a la población con el nombre de Binalarós.Y Binalarós es, sencillamente, una adaptación de Ibn (o Abén) Arús (o Arós), nombre del señor de la Alquería árabe a que viene haciéndose referencia. Tal es por lo menos la, autorizadísima opinión expresada modernamente por el insigne arabista don Miguel Asín en su «Contribución a la toponímia árabe de España». LA HISTORIA: Que el nombre de Vinaroz como el de tantas y tantas poblaciones valentinas, tenga resonancias muslímicas, no significa que su historia comenzara bajo la dominación mahomética. Hallazgos arqueológicos hablan elocuentemente de tiempos más lejanos, por lo menos bajo el signo de la romanidad, siquiera entonces el núcleo principal de la población estuviese más adentro, posiblemente en el cerro donde actualmente se encuentra el ermitorio de la Virgen de la Misericordia y de San Sebastián, Patronos de la ciudad. Por lo demás, no se trata ahora de ir apuntando fechas. Baste con indicar el año 1359 porque entonces el maestre de Montesa, señor territorial, separó a Vinaroz así como a Benicarló, de la jurisdicción de Peñíscola y les dió jurisdicción propia, con el correspondiente término. Desde aquella fecha Vinaroz fue desenvolviéndose en forma que no cabe pormenorizar aquí, pero cuyos méritos fueron reconocidos oficialmente cuando el rey don Alfonso XII le concedió en 1880 el título de Ciudad». LA TIERRA Y EL MAR. «Durante los siglos transcurridos del trescientos al ochocientos, Vinaroz desarrolló sus actividades en dos ámbitos :el terrestre y el marítimo o- dicho de otra forma- fue simultaneamente una población agrícola y pescadora o marinera. Nótese el distingo. Porque los pescadores tenían su cofradía bajo la advocación de San Pedro, mientras los otros – es decir los marineros mercantes – se agrupaban en la cofradía que invocaba a San Telmo. Esto significa, en fin de cuentas que Vinaroz amaba el mar en su totalidad de posibilidades, sin descartar la de escenario para acciones bélicas en que participó gallardamente cuando fue necesario: ni desconocerle como camino innumerable. Lo fue en el siglo XVI, cuando sirvió para que desembarcaran en Vinaroz, entre júbilo de campanas y cañones, Margarita de Austria y su hermano que venían a matrimoniar en la capital valenciana con Felipe III y su hermana Isabel Clara Eugenia. Por lo demás, el amor de Vinaroz al mar no fue flor de un día, sino un sentimiento constante. Esa constancia quedó acreditada con el tesón que puso para conseguir la construcción del puerto, tan bello como útil. Y esa misma actitud supo plegarse a las circunstancias, dando la preferencia a la navegación mercante o a la pesca según se manifestaban aquellas. Mientras tanto, las atarazanas servían para coyuntura, no sin periodos de actividad casi increíble. A todo esto, la multisecular tendencia marítima de Vinaroz no era incompatible con la agrícola de buena parte de sus moradores. Y, aunque el cultivo de la tierra suele adoptar un sentido más tradicional -que en este caso ha mantenido secanos con el algarrobo, el almendro, el viñedo y el olivo, así como los regadíos (!eminentes maizales!) con las monorrítmicas norias y la deliciosa arquitectura mediterránea – ,no es menos cierto que también se ha lanzado a la implantación de naranjales, que desde hace algún tiempo enriquecen el paisaje, (y la economía…) «COMERCIO, INDUSTRIA Y…LO OTRO…» La apertura de Vinaroz hacia el mar, con simple desembarcadero o con el anhelado puerto, convirtió a la primero villa y después ciudad en un centro exportador – principalmente, de vino, y en un censo importador de variadas mercancías. No tiene nada de particular que en estas actividades mercantiles intervinieran extranjeros, algunos de los cuales se radicaban en Vinaroz y hasta se hubieron de mezclar en las luchas políticas del siglo XIX, que ¡ay! no fueron escasas. La industria – excepto en lo relacionado con la pesca o la navegación – venía siendo más bien escasa pero he aquí que desde hace algunos años ha ido aumentando en proporciones y en calidades insospechadas. En cuanto a lo otro…»Pero ¿qué es lo otro?», preguntará alguien…Y habrá de contestársele que lo otro es cuanto con expresión un tanto pedantesca suele llamarse lo cultural. En este aspecto, Vinaroz tiene una noble ejecutoria tanto en instituciones de enseñanza como en manifestaciones artísticas. Y no es mera casualidad que allí hayan nacido personajes muy renombrados. En el mismo siglo XIX vivieron dos varones tan distintos, por cierto, como el arzobispo Costa y Borrás y el escritor Ayguals de Izco. El doctor Costa y Borrás nació en 1805, estudió en la Universidad de Valencia, fue catedrático de la misma; no ocultó sus ideas durante las contiendas civiles, fué obispo de Lérida y Barcelona, se le confinó en Cartagena y obtuvo una reparación al ser nombrado arzobispo de Tarragona donde tras un pontificado fecundo falleció en 1864 sin olvidarse de Vinaroz, que le debe en buena parte la construcción del puerto, cerca del cual se le ha erigido un monumento. En cuanto a Wenceslao Ayguals de Izco, vinarocense nacido en 1801, tras una estancia en Barcelona, donde se inició en las prácticas literarias, regresó a la población nativa, fue su alcalde y su representante en las Cortes de España con ideas diametralmente opuestas a las de Costa y Borrás y, cansado de las luchas políticas, se instaló en Madrid, ambiente propicio para su quehacer de editor y autor de novelones tan populares, como «María o la hija de un jornalero» «La marquesa de Bellaflor» y «El palacio de los crímenes». Menos conocido que todo esto es que en Vinaroz nació un distinguido escritor vasco: José María Salaverría. La aparente paradoja ya la publicó hace años, extrayéndola de donde estaba recoleta quien escribe las presentes líneas no sin puntualizar que Salaverría era torrero del faro vinarocense, a cuyo servicio permaneció hasta que el niño tuvo un sexenio. Y no deja de ser curioso que el literato Salaverría pasara la mayor parte de su vida y fuera enterrado en San Sebastián -la bella Easo -, porque San Sebastián – ya se ha dicho- es Patrón de Vinaroz». FIESTAS, TURISMO Y GASTRONOMIA. «Hay que volver, por consiguiente, al ermitorio de la Virgen de la Misericordia y de San Sebastián para consignar que el día 20 de enero, dedicado a «lo Morenet» – es decir al martir asaeteado -, su ermitorio del cerro – o del «Puig» – es punto de tan devota como amena romería. Porque Vinaroz, como todas las poblaciones forjadas en el trabajo, sabe destinar jornadas al reposo o a la fiesta. Por eso consiguió que Carlos II le concediese una feria que, no arraigando en agosto, hubo de reinstaurar en 1876 situándola cronológicamente en torno al 24 de junio festividad de San Juan. Y no mucho después -en 1891- se inauguraba, merced al marqués de la Figuera y de Fuente del Sol la singular plaza de toros que ubicada junto al mar, ha sido cantada en romance como una nao que allí se hubiera posado. / El positivo éxito que fueron obteniendo la feria y las fiestas sanjuáneras de Vinaroz – aparte de otras que huelga enumerar- presuponía, ya en fechas próximas a las actuales, un ambiente favorable para el turismo receptivo. No, no habían de pasar de largo – ni en estío ni en invierno – quienes acababan de salvar, en dirección meridional, la línea del rio Cenia, Vinaroz les ofrecía el encanto de su casco urbano, presidido por el templo monumental de la Asunción con su torre que es una fortaleza y con su fachada principal en que puso su mano maestra nada menos que Juan Viñes, el arquitecto de la torre de Santa Catalina de la ciudad de Valencia. Vinaroz les brindaba, igualmente el atractivo de su puerto con júbilo de embarcaciones deportivas, de sus playas con albor de espumas, de sus calles y plazas rebosantes de animación. Y finalmente Vinaroz – cielo azul, mar turquí -, les presentaba algo que estiman todos los turistas en general y los turistas refinados en particular: una caracterizada gastronomía cuyo máximo exponente es el langostino hasta el punto de que en honor de tan sabroso crustáceo se ha creado recientemente una fiesta celebrada en el mes de agosto. Y con tal motivo ¿cómo no recordar una vez más lo ocurrido al duque de Vendôme? Este general de Luis XIV, que tanto contribuyó a ganar para los Borbones la guerra de sucesión, se trasladó a Vinaroz en 1712 para pasar allí el verano y falleció según versión generalmente admitida a consecuencia de un atracón de langostinos; muerte acaso inadecuada para un guerrero, muerte desde luego pintiparada para quien, como él, era además un «gourmand». Y aquí termina el presente artículo cuyo final se ha reservado para referirse al langostino con objeto de que al lector le dé un buen sabor de boca».

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